No soy yo el encargado de las crónicas
gastronómicas, pero Mario está preparando una para mañana más
sofisticada, según él, y como es más triste que un fado compuesto
por Quiñones, no ha degustado las exquisiteces que hoy les cronico.
Cuando llegué al lugar donde tomé tan
excelsos manjares, numerosos críos correteaban, provocando una
cierta sensación de confusión. Los camareros, ataviados con
exóticos ropajes orientales sabían que los asistentes acudían a su
restaurante para probar la especialidad de la casa y ni siquiera
preguntaban si alguien iba a optar por alguna opción apta para
diabéticos. Para poder tomar tu plato, en la mayoría de ocasiones
tienes que agacharte a recogerlos, porque los camareros los lanzan
provocando serias contusiones en los clientes, que no cejan en su
empeño de cenar caramelos y siguen recogiéndolos del suelo con
buenos ánimos.
Puede que sea porque su textura blanda
genera menos hematomas y esto siempre se agradece, o porque realmente
son los que captan mejor el sabor del colorante que les da nombre,
los caramelos blandos son los que más éxito tienen entre el público
de este restaurante, ya que tanto los niños pequeños como los
nonagenarios desdentados pueden masticarlos con sus encías sin
cortarse con las astillas azucaradas. Sinceramente, y merced a mi
refinado paladar en los azúcares refinados, estos caramelos poseen
un dulce sabor frutal del que carecen los caramelos de Cajasol,
Euroelectronics y Caramelería Gutierrez, cuyo sabor tira más a
propaganda empalagosa.
Para poder saciarte tienes que andar,
puesto que los camareros pasan una única vez por el recorrido de las
calles del pueblo. Esto no es sólo beneficioso para la salud puesto
que haces ejercicio para recoger tu alimento, sino que también
otorga al restaurante un aspecto interactivo, temático por aquello
de los camellos o elefantes u osos naranja butano.
Principalmente es un servicio de
catering que recomiendo especialmente a los hombres de mediana edad,
puesto que es el lugar perfecto para demostrar tu hombría saltando y
disputando cada balón de plástico que los camareros lanzan mientras
reponen sus bandejas de caramelos. Todo esto sin tener que sudar en
exceso o hacer ejercicio de verdad, por lo que a más pelotas
conseguidas, más oportunidades de usar las tuyas esa noche. Sé que
eso último ha sido un poco bestia, pero los berridos que escuché
anoche me recordaban más a berridos de ciervo que a voces humanas.
Así pues, si tienen oportunidad,
visiten este restaurante al menos una vez al año, mi calificación
es de 4 cucharas de palo tirando a 2 tenedores.
Santiago Ñ. Ñíguez
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