Los fabricantes de sal de frutas hacen
su agosto en diciembre. Y los fabricantes de grúas para levantar a
personas de sofás también. Y los de desatascadores para intestinos
también.
El ser humano se vuelve absurdamente
optimista durante estas fechas. Creemos que alojamos una puerta hacia
la cuarta dimensión en nuestro estómago, y que en el caso de
chirríen las bisagras, basta con echarle un poco más de vino, para
después sujetar la puerta con una cuña de turrón. Si habéis
cortado alguna vez turrón del duro sabréis que es así como se
fabrica el serrín. Durante estas semanas los dietistas pasan a
vestirse de Papá Noel o cartero Real, para reclamar un poco de
atención de la que la gula les priva.
No porque esta entrada esté dirigida
hacia temas culinarios podemos dejar de hablar del Discurso del Rey,
gran película interpretada por Colin Firth y a la que Juan Carlos I
ayer no le hizo ningún tipo de guiño. Podía haber ganado puntos
con un toque de humor campechano. Al que sí que trinchó bien fue a
su yerno. Siendo amables podríamos decir que lo despiezó para
congelarlo y enviarlo a Washington en una nevera con paneles. Debería
saber su majestad que no por estar lejos la comida podrida deja de
oler.
Pero volviendo al tema central, hay que
destacar la buena voluntad de todo aquel que cocina para sorprender,
deslumbrar y hartar a sus familiares o amigos. A ver para qué.
Recientes estudios de la UGR demuestran que tras las dos horas
comiendo aperitivos sin parar, el paladar humano se insensibiliza y
es el puro acto mecánico de llevar el cubierto a la boca el que nos
hace seguir comiendo. El acto mecánico y el hecho de que mientras
estamos con la boca llena tenemos excusa para no hablar con nuestros
yernos, cuñados, primos y tíos de esos que no nos caen bien que
todos tenemos. Puede ser simplemente para prepararnos para disimular
el hartazgo provocado por las preguntas “¿Y los estudios cómo te
van? ¿Vas a buscarte un trabajito mientras? ¿Aún no tienes novia?”
cuando lo que en realidad quieren decir es “El tontolaba este no
podría hacer otra cosa que no fuera periodismo, más vale que vaya
echando currículos en pizzerías y si no encuentra novia ahora que
tiene edad en la que las chicas se emborrachan, no lo hará nunca”.
Y es que en las comidas se respira más
falsedad que la que desprende el caviar Hacendado de los canapés
rellenos con lonchas transparentes de salmón congelado y otra cosa
que nadie sabe que es. Canapés por cierto que todos prueban
esperando saborear un manjar, y que provocan una decepción sólo
comparable al abrir el regalo de tu amigo invisible.
¿Os hace unas pizzas y cervezas? Os
invito, que me tocó vuestro nombre.
Mario Goti.
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