6 ene 2012

3x15 Sweet, sweet sweet.


No soy yo el encargado de las crónicas gastronómicas, pero Mario está preparando una para mañana más sofisticada, según él, y como es más triste que un fado compuesto por Quiñones, no ha degustado las exquisiteces que hoy les cronico.
Cuando llegué al lugar donde tomé tan excelsos manjares, numerosos críos correteaban, provocando una cierta sensación de confusión. Los camareros, ataviados con exóticos ropajes orientales sabían que los asistentes acudían a su restaurante para probar la especialidad de la casa y ni siquiera preguntaban si alguien iba a optar por alguna opción apta para diabéticos. Para poder tomar tu plato, en la mayoría de ocasiones tienes que agacharte a recogerlos, porque los camareros los lanzan provocando serias contusiones en los clientes, que no cejan en su empeño de cenar caramelos y siguen recogiéndolos del suelo con buenos ánimos.
Puede que sea porque su textura blanda genera menos hematomas y esto siempre se agradece, o porque realmente son los que captan mejor el sabor del colorante que les da nombre, los caramelos blandos son los que más éxito tienen entre el público de este restaurante, ya que tanto los niños pequeños como los nonagenarios desdentados pueden masticarlos con sus encías sin cortarse con las astillas azucaradas. Sinceramente, y merced a mi refinado paladar en los azúcares refinados, estos caramelos poseen un dulce sabor frutal del que carecen los caramelos de Cajasol, Euroelectronics y Caramelería Gutierrez, cuyo sabor tira más a propaganda empalagosa.
Para poder saciarte tienes que andar, puesto que los camareros pasan una única vez por el recorrido de las calles del pueblo. Esto no es sólo beneficioso para la salud puesto que haces ejercicio para recoger tu alimento, sino que también otorga al restaurante un aspecto interactivo, temático por aquello de los camellos o elefantes u osos naranja butano.
Principalmente es un servicio de catering que recomiendo especialmente a los hombres de mediana edad, puesto que es el lugar perfecto para demostrar tu hombría saltando y disputando cada balón de plástico que los camareros lanzan mientras reponen sus bandejas de caramelos. Todo esto sin tener que sudar en exceso o hacer ejercicio de verdad, por lo que a más pelotas conseguidas, más oportunidades de usar las tuyas esa noche. Sé que eso último ha sido un poco bestia, pero los berridos que escuché anoche me recordaban más a berridos de ciervo que a voces humanas.
Así pues, si tienen oportunidad, visiten este restaurante al menos una vez al año, mi calificación es de 4 cucharas de palo tirando a 2 tenedores.

Santiago Ñ. Ñíguez

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